Hace 75 años, el 29 de septiembre de 1935, se fundó el Partido Obrero de Unificación Marxista. Diez meses más tarde, se encontró en el centro de la revolución que se desató como respuesta a la sublevación fascista de julio de 1936. Por
Andy Durgan.
El POUM se fundó a partir de la fusión del Bloque Obrero y Campesino (BOC) y la Izquierda Comunista de España (ICE).
El BOC tenía sus orígenes en dos tendencias comunistas: un grupo de militantes de la CNT a principios de los años veinte encabezado por un maestro de origen aragonés, Joaquín Maurín, y un grupo de jóvenes activistas atraídos al comunismo por su posición sobre la cuestión nacional que formaron el Partit Comunista Català en 1928. Ambas rechazaron la burocratización y el ultraizquierdismo del ‘comunismo oficial’ y se unificaron en 1931.
Aunque el BOC defendió la necesidad de un partido revolucionario a nivel estatal, se limitó casi exclusivamente a Catalunya. Fue minoritario en comparación a la CNT y, en el resto del Estado, el PSOE, pero tuvo un papel central en la creación de las Alianzas Obreras en 1934 y en el movimiento sindical catalán no anarquista.
Aunque la ICE (antigua oposición trotskista) solamente contó con unos cientos de militantes, contó entre sus filas con activistas muy experimentados y capaces como Andreu Nin, Juan Andrade, José Luis Arenillas, etc. Nin vivió en la URSS entre 1921 y 1930, donde fue dirigente de la Internacional Sindical Roja.
Al principio, el BOC y la ICE mantuvieron unas relaciones bastantes conflictivas. Ante la creciente amenaza fascista y la presión a favor de la unidad dentro el movimiento obrero, el BOC y la ICE se acercaron tanto en la práctica (en las Alianzas Obreras) como en el terreno programático. La ruptura de la ICE con el movimiento trotskista después de una serie de divergencias (sobre todo su rechazo al “entrismo” en el PSOE) contribuyó a este acercamiento.
A pesar de la mayor fuerza relativa del BOC, el nuevo partido fue el resultado de una fusión y no una absorción. Según la ICE, “La fusión se ha realizado sobre la base de un programa redactado en común, como resultado de una discusión que ha durado meses, y que contiene todos nuestros principios fundamentales: afirmación del carácter internacional de la revolución proletaria, condena de la teoría del socialismo en un solo país (…), defensa de la URSS, con el absoluto derecho de criticar todos los errores de la dirección soviética, afirmación de la bancarrota de las II y III Internacionales y de la necesidad de restablecer la unidad del movimiento obrero internacional sobre una nueva base”.
El Frente Popular
El aparente apoyo del POUM al Frente Popular ha sido a menudo mal entendido. En realidad, el POUM denunció en seguida, cuando fue planteada a mediados de 1935, la nueva política comunista a favor de alianzas antifascistas con sectores de las clases medias en defensa de la democracia burguesa. Maurín describió la posición estalinista como la muestra de una “incomprensión total” de la naturaleza del fascismo, que únicamente iba a representar un freno para la clase obrera. Al mantener su lucha dentro de un marco burgués, daba tiempo a que se preparase la contrarrevolución. Repetía “Lo que los mencheviques deseaban en Rusia en 1917”, igual que la posición del socialismo reformista que había llevado al desastre en Italia, Alemania y Austria. En lugar de la colaboración de clase que este nuevo giro representó, Nin argumentó en marzo de 1936 que era necesario crear a corto plazo las condiciones para la conquista del poder y que esto significaba “Forjar las armas necesarias para la victoria: la Alianza Obrera y el partido revolucionario”. El POUM no descartó alianzas con los partidos pequeñoburgueses, pero con la condición de que el movimiento obrero mantuviera su completa independencia ideológica y organizativa.
Con la convocatoria de elecciones a principios de 1936, el POUM propuso formar un Frente Obrero con los demás partidos obreros que, a su vez, alcanzase un acuerdo táctico con los republicanos. Pero tanto los socialistas como el PCE aceptaron una alianza directa con los republicanos de izquierdas, sobre la base de un programa de corte liberal. El resultado fue un pacto electoral que firmaron tanto los partidos republicanos como las organizaciones obreras, incluyendo el POUM.
Andrade justificaría más tarde la firma del pacto argumentando que el partido se había visto forzado a reconocer la “existencia material de una ley electoral”, así como obligado a realizar “acuerdos provisionales” con la izquierda republicana “para evitar la victoria de la burguesía”.
Más determinante fue la posición de la CNT. El apoyo masivo entre la clase obrera hacia alguna forma de unidad electoral, aunque fuera sólo para alcanzar la amnistía, conduciría a los anarquistas a abandonar su abstencionismo y efectivamente animar a sus afiliados a votar. Ante esta situación, el POUM tuvo miedo a quedarse aislado.
El POUM recibió la victoria electoral de la izquierda como un gran triunfo para los trabajadores y campesinos y una importante derrota para la contrarrevolución. No era una victoria de la democracia burguesa, ni tampoco representaba el apoyo de las masas al republicanismo pequeñoburgués, sino que era un subproducto de la lucha revolucionaria de octubre de 1934. El POUM advirtió que, considerando la profundidad de la crisis económica y social en 1936, cualquier tentativa de realizar incluso los aspectos más suaves del programa electoral de izquierdas provocaría la resistencia más feroz de la clase dirigente.
Durante los meses siguientes, el POUM denunció constantemente las tentativas tanto de los socialdemócratas como de los estalinistas de subordinar el movimiento obrero al republicanismo pequeñoburgués. Enfrentados a esta crisis, Nin había declarado poco después de las elecciones que era “un crimen y una traición” exigir que la clase obrera renunciase a destruir el Estado burgués y a tomar el poder –sus máximas aspiraciones–, “en nombre de la necesidad de ‘consolidar’ la República”. Maurín escribió en mayo de 1936 que la revolución que se avecinaba en el Estado español no sería “democráticoburguesa sino democráticosocialista, o para ser exacto, socialista”.
Revolución
En la víspera de la guerra civil, el POUM aún era una organización bastante pequeña comparada no solo con el Partido Socialista, sino también con el PCE. La mayoría de sus 6.000 miembros todavía se concentraba en Catalunya. El POUM creció rápidamente en los primeros meses de la guerra y a finales de 1936 tenía ya 30.000 afiliados. Mandó al frente a unos 8.000 milicianos durante los primeros diez meses de la guerra. Editaba cinco periódicos diarios y varios semanales y controlaba emisoras de radio en Barcelona y Madrid. Para el POUM, la guerra y la revolución eran inseparables: la doble tarea inmediata de los trabajadores y los campesinos era la derrota de las fuerzas fascistas y la construcción del socialismo.
Un paso importante hacia la restauración del “orden republicano” fue la creación en septiembre de 1936 de un nuevo gobierno catalán basado en todas las organizaciones antifascistas, incluyendo al POUM.
Antes de la formación de este nuevo gobierno de la Generalitat, el poder en Catalunya residía en una multitud de comités antifascistas locales que organizaban el abastecimiento, garantizaban la seguridad en la retaguardia, coordinaban las milicias o hacían funcionar las fábricas o tierras colectivizadas. El comité más importante, y posiblemente el embrión de un gobierno revolucionario, era el Comité Central de Milícies Antifeixistes. El POUM se quedó solo en defender la transformación de estos comités en la base de un nuevo estado revolucionario.
El POUM justificó su participación en la Generalitat en base a que las organizaciones obreras contaban con la mayoría, el nuevo gobierno catalán tenía un “programa socialista” y los partidos de la pequeña burguesía catalana se habían radicalizado. A un nivel menos público, el POUM temía ser malinterpretado por las masas, aislado y, por lo tanto, quedar privado de provisiones para sus milicias e incluso abrir el camino para ser ilegalizado, como ya defendían los estalinistas. Al hacerlo, el partido creyó que entrando en el Gobierno catalán prevendría que la CNT fuera arrastrada hacia el recién formado partido estalinista catalán –el PSUC– y los republicanos.
A pesar de ‘legalizar’ muchas conquistas de la revolución –sobre todo en el terreno de la colectivización–, el nuevo gobierno catalán estaba subordinado a la política frentepopulista de ERC y el PSUC. Como consecuencia, la formación de este gobierno representaría un paso importante, a pesar de las intenciones de la CNT y el POUM, hacia el desmantelamiento de la revolución. Los comités locales fueron disueltos, las fuerzas de seguridad reconstruidas y se convirtieron las milicias en unidades del nuevo ejército regular.
En diciembre de 1936 se expulsó al representante del POUM, Nin, de la Generalitat, a consecuencia de las presiones directas del gobierno soviético sobre las autoridades republicanas.
Enric Adroher, un dirigente del partido, escribiría más tarde que el nuevo gobierno de la Generalitat había tenido “una única misión histórica […] la liquidación de los comités”, que el POUM se había encargado “de convencer a las fuerzas revolucionarias de las comarcas de la necesidad de aceptar aquel sacrificio, que debía ser un paso más en el retroceso revolucionario”, y que una vez llevado a cabo este “inestimable servicio”, se echó al POUM del gobierno.
El POUM y la CNT
En septiembre de 1936, Nin declaraba que “todo el futuro de la revolución española depende, en gran parte, de la actitud que adopten la CNT y la FAI”. Así, el problema principal del POUM durante la guerra civil era cómo ganar al menos parte de la CNT a sus planteamientos.
En febrero 1937 se fundó el Frente de la Juventud Trabajadora Revolucionaria (FJTR), en base a la juventud poumista (la Juventud Comunista Ibérica) y sus homólogos libertarios. El FJTR supuso, sin duda, lo más cerca que estuvo el POUM de formar un frente único con los anarcosindicalistas, pero los sectores más apolíticos del liderazgo de la CNT estaban en contra no solo de tomar el poder, sino de cualquier colaboración con partidos políticos. Sin embargo, el apoliticismo de los anarcosindicalistas no se extendió hasta las relaciones sindicales y, durante la guerra, la CNT firmó varios pactos con la UGT catalana, central dominada por los estalinistas.
Dada la importancia de ganarse a las bases anarcosindicalistas, quizá el mayor problema al que se enfrentó el POUM durante la guerra consistió en haber introducido los sindicatos bajo su control en la UGT en vez de en la CNT. Con el decreto de sindicalización obligatoria del gobierno catalán, tanto los sindicatos anarquistas como los socialistas crecieron espectacularmente. El POUM no tuvo más remedio que entrar en una de las dos centrales principales.
Los líderes del POUM justificaron su decisión de entrar en la UGT basándose en su creencia de que en Catalunya podían ganar el liderazgo de la débil central socialista. Una vez se consiguiera esto, el POUM afirmaba que sería posible plantear la cuestión de la unidad sindical con la CNT. No tardaría mucho en verse lo mal que el POUM había hecho sus cálculos.
Muchos de estos nuevos afiliados provenían de los sectores menos combativos de la clase trabajadora. Con la ayuda de sus aliados en el liderazgo de la UGT a nivel estatal, los estalinistas no tuvieron demasiados problemas para ganarse a estos nuevos e inexpertos afiliados y les resultó relativamente fácil acabar con la influencia del POUM dentro de los sindicatos. En pocos meses, el partido se encontró desprovisto de sus propias bases sindicales.
Contrarrevolución
A principios de 1937, la contrarrevolución estaba ganando terreno en la zona republicana. En la prensa estalinista aumentaban los ataques calumniosos contra los “fascistas” del POUM, así como las exigencias sobre su prohibición. Los llamamientos del POUM a favor de una revolución socialista y sus denuncias de la persecución de los viejos bolcheviques en la URSS resultaban particularmente hirientes para los estalinistas, tanto fuera como dentro del Estado español. En Madrid, la represión contra el POUM ya había comenzado. Solo era cuestión de tiempo que en Catalunya se adoptaran medidas similares, pero el poder de la revolución en la zona, todavía potente, lo dificultaba.
Los ataques contra la revolución culminaron cuando, el 3 de mayo, fuerzas de seguridad de la Generalitat atacaron la Telefónica de Barcelona, controlada por la CNT. Ello provocó una huelga general y un levantamiento armado.
El POUM se colocó inmediatamente junto a los trabajadores y propuso la creación de Comités de Defensa en cada barrio, basados en todas las organizaciones revolucionarias. El partido creía que era posible tomar Barcelona y posteriormente forzar a las autoridades a pactar con los revolucionarios. Sin embargo, aunque habría sido relativamente fácil que las organizaciones revolucionarias tomaran el control total de la ciudad, el movimiento fue eventualmente saboteado por el liderazgo de la CNT, que temía dañar la “unidad antifascista”. La mayoría de los trabajadores armados, que eran principalmente de la CNT, desorientados y frustrados, aceptaron las súplicas de la cúpula de dejar las armas. El orden republicano fue así restaurado y el equilibrio de poder se inclinó decisivamente a favor de la contrarrevolución.
El POUM reconocía que la CNT había traicionado la lucha, pero “La táctica nos impone hacer esta crítica con precaución, para no aislarnos. Si la cabeza de la CNT fuera atacada frontalmente, la base de la CNT se levantaría unánime en su defensa”. Como no estaba preparado para romper públicamente con los líderes de la CNT, el POUM tuvo poco donde elegir y se vio obligado a abandonar las barricadas para evitar una “represión sangrienta”.
Adroher concluyó unos meses después del final de la guerra que su partido falló a la hora de comprender el curso de los hechos hasta mayo, por lo que no se había preparado para la lucha y no sabía cómo tomar ventaja a la “gran traición del anarquismo”. “En lugar de plantear” la situación “como era: una lucha violenta por el poder”, escribió, el POUM “lo planteó como una sencilla provocación contrarrevolucionaria”. No fue tan solo una provocación, sino “la solución definitiva” de la contradicción que había surgido en julio de 1936 “a favor de la contrarrevolución”.
Se ejecutó una nueva ola de represión contra las secciones más combativas del movimiento obrero durante las semanas posteriores, acompañada de una campaña de propaganda masiva desarrollada por los comunistas contra los “trotskistas”, que fueron acusados de instigar la insurrección. En Valencia, un nuevo gobierno central, encabezado por el socialista moderado Juan Negrín, rápidamente se plegó a las presiones estalinistas y se declaró ilegal al POUM el 16 de junio. Muchos miembros del POUM y anarquistas radicales fueron detenidos y otros desaparecieron. Decenas de anarquistas y militantes del POUM fueron asesinados; el caso más notorio fue el de Nin.
La historia del POUM transcurrió desde este momento por la persecución, la clandestinidad y los largos años del exilio.